22 de abril de 2017

Desde la Amazonía: No sonar como latas vacías

Por Lorena Pérez (Ecuador), voluntaria en Leticia.

“Aunque reparta todos mis bienes, y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me aprovecha. El amor es paciente, es amable; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo escusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.” (1Cor 13,3-7)

Es uno de mis pasajes favoritos de la Biblia, muchas veces lo he leído en diferentes contextos de mí vida y siempre ha tocado muy profundo mi corazón. 

En este mes, desde esta triple frontera con el pequeño aporte que puedo hacer en el equipo pastoral desde este voluntariado, siento que, a pesar de mí misma, Dios, ese Padre que es Bueno me va permitiendo vivir con intensidad este trabajo, motivándome a poner el corazón en lo que hago, me apasiona el contacto con los niños en las escuelas, quienes en estos meses poco a poco me han ido conociendo y ahora, ya se acercan con confianza y familiaridad.  Les encanta pronunciar mi nombre gritando “Lorena” para llamar mi atención, yo volteo a verlos, les guiño el ojo y les sonrío, ellos responden mi sonrisa y se acercan para que los abrace. Tal vez, tanto ellos como yo, lo hacemos por necesidad, sí, necesidad de afecto, de cercanía, de sentir el amor de Dios a través del otro. Qué bueno y gratificante es dar y recibir un abrazo, deberíamos hacerlo con más frecuencia, con certeza crearíamos más lazos y menos muros en el mundo.


Soy una persona de muy pocos rezos, es más, probablemente con suerte aprendí el Padre Nuestro, el Ave María, (Alma de Cristo y Tomad Señor y recibid) solo cuando entré en CVX. Nunca me ha gustado repetir oraciones ya elaboradas, prefiero orar con mis propias palabras, tratando que brote lo que llevo en mi corazón, a veces cuando no siento inspiración para orar, opto por quedarme en silencio y dejar que se hablen y se encuentren los corazones. Por eso tal vez la forma de evangelizar que más me agrada es la pastoral del acompañamiento, del simplemente estar, conversar sobre un tema, escuchar, cuestionar y motivar esos deseos profundos que van saliendo de las personas con quienes voy compartiendo, niños o adultos, hombres o mujeres, ancianos o jóvenes.

Algunas veces me sucede que, en medio del trabajo con los niños, disfrutando lo que hago al sensibilizar en contra de la trata de personas, o cuando estamos viendo un video, haciendo una dinámica, cantando o reflexionando con ellos el trabajo, me quedo por unos segundos en blanco y me pregunto: ¿qué hago aquí?, ¿por qué estoy aquí? Y la respuesta que sale desde lo profundo de mi corazón es el recuerdo de mi madre que con su ejemplo siempre me enseñó a servir y a luchar en contra de las injusticias, y a mi padre que fue y sigue siendo un luchador, que me enseñó a no darme por vencida, a terminar todo lo que empiezo, un hombre que ayuda silenciosamente a las personas que lo necesitan. Ese instante, ese flash, provoca en mí un gran sentimiento de gratitud por ellos, mis padres, porque gracias a su ejemplo estoy viviendo esta experiencia. Porque gracias a ellos me duele la injusticia y la exclusión.

Aunque no sea bien vista y te tachen de subversiva, loca o comunista, que te digan “es peligroso en lo que te estás metiendo”, ”hablar en contra la trata de personas aquí hay que tener cuidado”, hablar a los niños para que no se dejen toquetear por los padres, profesores o adultos, querer que ellos conozcan su derecho a cuidar de su cuerpo, a denunciar si sienten que su corazón se entristece cuando algún adulto, sea quien fuera les hacen daño, eso para mí es evangelizar. Al final, solo les informo lo que sucede en el mundo y como siempre en libertad, ya desde lo que aprenden, ellos toman sus decisiones, pero ya no caen por desconocimiento. 

En una conversación que tuve con un sacerdote aquí, le comenté que creo que Jesús era de izquierda, me quedó mirando y con una risotada me dijo “yo también creo lo mismo”, porque estar aquí es de locos y Jesús volvería a hacer lo mismo que hizo hace dos mil años, es decir no estaría en las iglesias, estaría itinerando en el río o por las montañas, probablemente no sería muy instruido desde los estándares profesionales, con certeza estaría confrontando y motivando a las personas para que se cuestionen sobre lo que está pasando a su alrededor, estaría motivando a que nos desinstalemos de nuestras comodidades y que seamos los pies y las manos de Él para la construcción del reinado de Dios.

Por eso le pido a Dios cada día, que en esta misión y en mi vida entera, me permita hacer las cosas grandes o pequeñas, poniendo el corazón, con amor, porque si no pienso en esto cada día, llegaré a ser como una lata vacía que suena y de latas vacías ya está contaminado el mundo.

Brevemente, las actividades de este mes fueron seguir sensibilizando en Contra de la Trata de Personas en las comunidades de Arara, Santa Sofía, Nuevo Jardín, Loma Linda, Maloca y Progreso. Gracias a Dios tenemos acogida en todas las escuelas y trabajamos con todos los niños y los profesores en las mañanas hasta la una de la tarde. En algunas comunidades providencialmente hemos coincidido con reuniones de padres de familia en las tardes y aprovechamos para informarles sobre el tema. En las noches tenemos celebración de la palabra y también proyectamos un video que nos ayude a informar en contra de la Trata de Personas. Esta misión va tocando mucho mi corazón, me alegra ver cómo después del trabajo los niños y los adultos, se van con más conocimiento y más seguros de lo que pueden hacer.

También tuvimos el apoyo de dos novicios jesuitas de Brasil (Eduardo y Fernando) quienes vinieron por un mes a esta triple frontera para vivir una corta experiencia de inserción con las comunidades indígenas, fue muy grato compartir con ellos y motivarlos para cuando lleguen a ser sacerdotes, no se olviden de su vocación inicial misionera, la de salir a las fronteras, la de remar mar adentro, donde muy pocos queremos ir porque implica salir de nuestras zonas de confort y eso siempre nos cuesta, nos da miedo, pero al final la gratificación es muy grande.

Al terminar este breve relato ya me voy preparando para las misiones de Semana Santa, espero que sea un tiempo de reflexión personal y comunitaria.  Y que, al final de la Semana Santa, todos resucitemos sintiéndonos motivados a desinstalarnos y lanzarnos a esas misiones de frontera que Jesús nos va pidiendo y que por algún tiempo hemos aplazado.

¡Felices Pascuas de Resurrección!
Un gran abrazo y nos seguimos orando

Lore

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