La buena nueva de la tierra bien repartida
enfrentada a la mala vieja de la tierra acaparada
José L. Caravias sj.
En la Biblia aparece con frecuencia el nacimiento de algo nuevo, distinto o contrario a lo que había antes. Y el tema tierra es clave en todo el proceso.
Todo empieza con Abrahán y Sara, que se sienten llamados a abandonar su tierra de dioses y corrupciones para ir en búsqueda de algo nuevo, que no saben lo que es, pero intuyen que será mejor que lo que tienen… Buscan al dios de la felicidad de la familia: hijos que sean bendición y tierra que los alimente dignamente.
Más tarde Moisés, Josué y su gente se esfuerzan duramente por salir de su dura esclavitud en búsqueda de una tierra de leche y miel -¿la tierra sin mal?-, una tierra bien repartida, según la cantidad de miembros de cada familia, de forma que la prosperidad alcanzara a todos. En esta larga y dura tarea su Dios, un Dios nuevo y original, Yavé, les acompaña en su camino de liberación.
Entre estos esfuerzos se van aclarando dos ideas básicas, consignadas poco a poco en el Deuteronomio, que serán el eje conductor para el futuro:
1ª La tierra es un don del amor de Dios entregado para todo su pueblo.
2º Su pueblo le demuestra su amor a su Dios repartiendo bien las tierras entre todos y cultivándolas con cariño agradecido.
De fuera de su cultura comunitaria, desarrollada durante dos siglos en el llamado tiempo de los jueces, les llegó y aceptaron el gobierno a través de reyes. Y les fue muy mal. Empezaron de nuevo, como en Egipto, los acaparamientos de tierras y el hambre entre el pueblo.
Los profetas atacaron muy duramente a los gobernantes terratenientes. Para los profetas el respeto a la pequeña propiedad es bendición; pero el acaparamiento de tierras es maldición…
Diversos movimientos populares consiguen leyes de ayuda eficaz a los necesitados, por ejemplo, que los rastrojos y los frutos de los linderos les pertenecen a ellos. Y se preocupan también de leyes estructurales, como el año sabático y el año de jubileo, que impedían la acumulación de dinero o de tierras…
Después de los reyes pasan largos siglos de dominación de diversos imperios. Durante todos ellos el pueblo añora volver a su cultura agraria, cultivando tierras prósperas bien repartidas, como se manifestada poéticamente en diversos libros sapienciales.
Jesús encontró una dura realidad agrícola. En su tiempo los impuestos judíos y romanos eran tan terribles que cantidad de campesinos tenían que vender sus tierras a precios irrisorios para no ser vendidos ellos mismos como esclavos. Los muchos mendigos y enfermos por los que opta Jesús son antiguos campesinos viviendo en la miseria alrededor de las ciudades… Las antiguas leyes de protección ya no funcionan. Ahora son despreciados como sucios, malvivientes, endemoniados… Pero Jesús se juega por ellos. Se acerca a ellos con todo cariño y ataca duramente al Congreso de su país (“Sanedrín”, en hebreo), cuyas tres bancadas principales estaban formadas por los fariseos, los saduceos y los doctores de la Ley. En su mayoría eran grandes terratenientes, enriquecidos con el expolio de los campesinos.
Estos nuevos ricos, subidos en el carro arrollador del Sanedrín, realizan una gran campaña de desprestigio y hundimiento de los pobres, satanizados, presentados como enemigos de Dios… Y están íntimamente aliados con el imperio mundial de turno: Roma, que se guarda el derecho de nombrar cada año al Sumo Sacerdote, que les preside a todos. El imperio les apoya en su expolio y acaparamiento. Así se reparten mejor los impuestos que estrujan al pueblo.
Por eso el testimonio de Jesús les desquicia. Jesús opta con toda claridad por los humillados mendigos, los enfermos, los lisiados… Les levanta el ánimo. Les insiste en que Papá Dios los quiere. En que no es Dios el que les ha arrojado en la miseria. Que hay esperanza. Que se unan, que se ayuden, que se quieran… Que Dios está con ellos…
Los terratenientes insertos en el legislativo-judicial-ejecutivo (el Sanedrín) se alarman y se indignan cada vez más. Afirman que conviene que muera ese tarado “por bien del pueblo”. Y le realizan un rapidísimo juicio “legal”, terriblemente injusto, “por miedo al pueblo”. Jesús cambiaba la mentalidad de la gente, y ello era muy peligroso…
Los primeros seguidores de Jesús, resucitados, inspirados por él, se reparten entre sí sus riquezas de forma que no hubiera necesitados en medio de ellos. Y “gozaban de la simpatía del pueblo”. Pocos años después, Pablo, el convertido, insistirá que se trata de que haya entre todos una cierta igualdad.
En los primeros siglos del Cristianismo los santos de entonces, considerados “Santos Padres”, vuelven a insistir, al estilo de los profetas, en el reparto comunitario de todos los bienes, especialmente la tierra. Su lenguaje es duro y claro, como puede conocer con facilidad cualquier persona de buena voluntad…
En el último siglo los Papas han insistido en que toda propiedad privada tiene una hipoteca social. De ninguna forma se trata de un derecho absoluto e ilimitado. Está subordinada al bien común…
Para mí todo esto, y mucho más, está sumamente claro. Y no soy un improvisado. Llevo estudiando estos temas toda mi vida. He publicado varios libros sobre el tema.
Desde mi espiritualidad bíblica, profética, crística, este cambio apurado de gobierno en Paraguay me huele fuertemente a problema de acaparamiento de tierras, embadurnado en sucias, y quizás ingenuas, hipocresías leguleyas. Detrás parece que quien maneja las cuerdas es el gran imperio de los transgénicos, que necesita imperiosamente engullir infinidad de tierras de la mejor calidad para imponer su monopolio de semillas manipuladas, y por consiguiente sus inmensas ganancias. El Paraguay tiene las mejores tierras del mundo para conseguir sus objetivos. Y son capaces de todo para que nadie se lo pueda impedir. Y pagan muy bien para conseguirlo… No les basta la legalización que ya tienen de la soja transgénica. Buscan también la legalización de las otras semillas de Monsanto, y, por supuesto, seguir sin pagar impuestos por sus exportaciones. A los pocos días de tomar el mando el nuevo gobierno ya habla de facilitarles estas dos “pequeñas” concesiones…
Por ello se me encoje el corazón al detectar cuántos llamados cristianos, incluido jerarcas, se ponen tan ingenuamente al lado de los acaparadores, en contra de los pobres, en los que vive Jesús. ¿Es tan fácil olvidarse del testimonio de Jesús y de toda la tradición bíblica y eclesial? ¿No será que colamos mosquitos pero tragamos camellos? ¿Puede ser que Jesús nos pueda acusar de fanáticos hipócritas? ¿Dónde quedan la misericordia, la justicia y la paz, las verdaderas, las de Jesús? ¿Y la tan cacareada opción por los pobres? Dan ganas de llorar amargamente…
Pero Jesús, junto al lago, insiste con cariño en su llamado: ¿Me quieres, me quieres más que éstos? Tú sígueme…
No hay comentarios:
Publicar un comentario