12 de agosto de 2017

Desde la Amazonía: Contemplación para Alcanzar Amor


Por Lorena Pérez, voluntaria CVX en Leticia 
 
“En el misterio de las aguas profundas de los ríos y de los lagos amazónicos hay siempre una historia que contar. No hay quien, habiendo visto una victoria-regia en toda su plenitud, adornado un lago o adornando un río, pueda olvidar aquel escenario de verdadero encantamiento. El remanso de los ríos o el lago que es su vivero, son espejos donde Iaci la Luna; vanidosa y seductora, se refleja para llamar la atención de las cablocas que la tiene como visión inspiradora del amor.

En la cima de las colinas las cumbres esperaban la aparición de Iaci, creyendo que ella traía el bien del amor, pues su beso las hacía iluminadas, desmaterializándolas y transformándolas en estrellas.

En una ocasión, una hermosa joven, llevada por el amor, queriendo transformarse en estrella por el contacto selénico, buscó las grandes elevaciones, montes, colinas y sierras, con la esperanza de ver su sueño realizado, en aquel momento de magia y de felicidad. En aquella noche de luna, cuando las estrellas del cielo parecían entonar cánticos la belleza de la tierra, la hermosa joven queriendo tocar la Luna, que se bañaba en el lago, se echó a las aguas misteriosas, deshaciéndose enseguida. Iaci, la Luna, en un instante de reflexión se apiadó de ella, que era tan bonita y encantadora, y como regocijo premio a su belleza, resolvió inmortalizarla en la tierra por ser imposible llevarla consigo hacia el reino astral, y la transformó en Victoria-regia estrella de las aguas tan hermosa como las estrellas del cielo, con el perfume inconfundible, que jamás le dio a otra flor. Después, dilatando tan justo premio, le estiró, como pudo, la palma de las hojas, para mayor receptáculo de los rayos de su luz, amorosamente reconocida.


Hoy vive la Victoria-regia el esplendor que recibió en aquella noche de luna, cuando Iaci, soberana de la noche, inmortalizó con el beso de luz que aún perdura, y que tuvo el destino de transformarla en estrella de las aguas.”
Con esta Leyenda de la Amazônia do Brasil escrita por Anísio Mello, quiero iniciar un nuevo compartir con ustedes, les invito a trasladarse con la imaginación a sentir interiormente como es la Amazonía, este lugar que es fuente de inspiración de poetas, escritores, antropólogos, biólogos, misioneros, etc. Es imposible vivir aquí y no dejarse afectar por tanta belleza, por tanta naturaleza junta en un solo lugar, no queda más que admirados agradecer a Dios por tan maravillosa creación.
En estos días mientras viajaba en bote para una comunidad indígena y contemplaba el río, la vegetación y los árboles iba imaginando y recordando tantas historias vividas en este rincón de nuestra Amazonia. Cada etnia tiene su propia historia de gozo y de dolor, tan enraizada en este pedacito de nuestro planeta, que muchos de ellos no se conciben lejos de ella.
Ahora yo también, peregrina en esta tierra amazónica, voy dejando mi corta historia en ella, solo esta naturaleza sabe realmente lo que he sentido, lo que he pensado y lo que he vivido desde lo profundo de mi ser, ella ahora es cómplice de mis luces y sombras, en ella me he reconocido como un ser frágil, desnuda de mis saberes, ignorante, pobre, sola. Ahora gracias a estos sentires me doy cuenta, que fue necesario vivir todo esto para despojarme de todo y abrirme a nuevos aprendizajes y descubrir esa sabiduría que encierra esta naturaleza, esta gente sencilla de quien he aprendido y voy aprendiendo, con cada contacto, en una conversa, en un silencio, en una mirada. Gracias a esta bella tierra y a su gente también he ido descubriendo los regalos, los dones que Dios ha depositado en mí, para el servicio, ser sus manos, su sonrisa, su escucha y su alegría en este pedacito de cielo.
Ahora puedo decir que estoy viviendo la Contemplación para Alcanzar Amor de los Ejercicios Espirituales Ignacianos, sentirme tan pequeña ante tanta maravilla, ante la inmensidad de la creación de Dios, cuanto esplendor, cuanto amor nos tiene Dios para regalarnos este precioso pedacito de él. En este momento todo me habla de Él y de su inmenso amor.
Y después de “tanto bien recibido”, como dice Ignacio, con mi corazón lleno de gratitud por todo lo vivido durante este tiempo, brota en mí una pregunta: ¿cómo puedo seguir viviendo está misión desde mi realidad de ciudad?, ¿cómo puedo continuar cuidando esta preciosa naturaleza, esta casa que nuestro Padre Madre Dios puso en nuestras manos, así como la doncella que llegó a admirar tanto a la luna que quiso ser uno con ella? Así es mi sentir y de muchas personas quienes después de conocer la Amazonía, de relacionarse con ella, de aprender a amarla, se sienten motivados a llenarse de ella y a cuidarla, no solamente a la flora y fauna que en ella viven, sino también a cada hombre y a cada mujer, gente de nuestros pueblos originarios que necesitan de nuestro apoyo y cuidado, como nos lo recuerda el Papa Francisco en la Laudato Si.
Vienen muchas respuestas, unas más sencillas y otras más radicales. Entre los aprendizajes que me llevo encuentro primero la importancia de tener contacto con la naturaleza desde los lugares donde estamos, salir de las ciudades, contemplar un paisaje y dejarnos abrazar por su belleza, porque siento que así vamos a poder seguir con lo siguiente, que es después de extasiarnos de ella, pensar sobre la manera cómo cuidarla y preservarla. Motivar a nuestra familia a salir más de excursiones, paseos que nos permitan disfrutar el contacto con está nuestra naturaleza regalo de Dios. Permitirme embarrarme de ella, embarrarme de su tierra, embarrarme de su agua, embarrarme de su gente, para poder amarla y cuidarla.
Segundo conocer, valorar y amar cada una de las personas que habitan en este rincón de nuestra Casa Común. Valorar su sencillez de vida -toman solo lo que necesitan- valorar su estilo de vida austero, valorar su espiritualidad y su fe en Dios, ese Dios que se manifiesta día a día, en quien confían cada vez que salen a cuidar y cultivar sus chagras, moviendo la tierra, regando el agua, con la certeza de que la semilla va germinando en el interior de la tierra,  aunque de momento no sea visible, con fe, con paciencia y perseverancia,  llegará el momento en el cual podrán ver el brote, acompañar su crecimiento, de acuerdo al color y forma del brote proveer a la planta de los nutrientes naturales que necesita, preparar más abono, cuidar de las plagas, admirar la flor y agradecer el fruto. Todo a su tiempo, pueden ser meses o años y solamente confiar. Confiar como Dios confía en nosotros en la bondad que habita en nuestro interior para despertar a tiempo y no dejar que se acabe nuestra Casa Común, como confía Dios en nosotros cada vez que nos inspira y nos motiva a indignarnos y actuar en contra de las injusticias que sufren nuestros hermanos de los pueblos amazónicos desplazados de sus tierras por nuestro deseo de riqueza y poder. Ellos luchan no solo por su territorio, sino por todo el planeta porque saben que si se acaba o destruye la Madre Tierra, ellos, nosotros, también nos destruimos y morimos con ella. Por eso un llamado importante es apoyar y trabajar por ellos, defendiendo su derecho a ese pedacito de tierra que les queda, desde donde estemos no dejemos de mirar hacia esta Amazonía. 
Ahora es tiempo de salir de esta Amazonía y vivir lo aprendido en mí vida ordinaria, en mi ciudad, con mi familia, con mis amigos, en mi trabajo. Tiempo de volver con una maleta llena de aprendizajes, muchos de ellos siento que se irán descubriendo a mi regreso, tiempo de dejar que se vaya decantando todo lo que ha significado para mí esta experiencia y que no se puede expresar con palabras. Tiempo de agradecer a la CVX Mundial por la oportunidad de vivir este voluntariado, que espero sea una puerta abierta para que más personas puedan vivir esta experiencia. Personalmente siento que Dios nos está llamando con fuerza y que vale la pena escucharlo y lanzarse. 
Considero que, gracias a esta vivencia amazónica, he aprendido que no necesito mucho para ser feliz, que la felicidad no está en las cosas sino en las relaciones armónicas con la familia, los amigos, con la propia naturaleza, plantas, animales, insectos, etc. Entonces, partiendo desde esta afirmación me preguntaré cada día, cómo está mi relación con el cuidado de esta mi Casa Común, cada vez que vaya al supermercado o a una tienda, o me deje deslumbrar por algo material, cuestionarme si eso realmente lo necesito y sí no lo necesito no comprarlo porque consciente o inconscientemente estoy cayendo en el consumo que genera basura y que realmente destruye mi entorno. Pediré a Dios la voluntad para poder ser honesta conmigo misma y poder vivir una vida realmente más austera, más en la confianza, en la fe, en Dios. Creo que sí cada vez compramos en base a una necesidad real, muchas cosas dejaremos de lado y valoraremos lo sencillo, lo pequeño donde habita Dios. 
Mi corazón solo tiene una palabra que desde niña aprendí gracias a mí mamá quien siempre me enseñó a ser agradecida, “Dios le pague” a cada una de las personas con quienes compartí en este año en este tiempo Amazónico: a mi equipo pastoral (Magnolia, Hna. Nohelia, Fray Rodolfo, Fray Manuel), a la comunidad jesuita (Alfredo, Pablo y Valerio), a la Comunidad Marista (Vero, Iñigo, Peggy, Justin, Hno. Zeferino, Hno. Verno, Betty), a mi acompañante estos meses Padre Miguel (sacerdote javeriano), a Marta Barral (voluntaria javeriana), a María, Tatiana y Edenia, religiosas Cónegas, a mis queridos amigos Marita y Fernando López SJ, y a otro muchos nombres y rostros que llegaron a mi corazón y que ahora forman parte de la lista de nombres que, como dice Pedro Casaldaliga: “Al final del camino me dirán: —¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres.” Me llevo el rostro de cada persona con quien tuve el regalo de compartir poco o mucho tiempo y a cada uno les digo cantando como Luis Guitarra “mientras haya un horizonte en esta tierra, mientras no pierdas las ganas de reír, mientras brille en nuestro cielo alguna estrella, no te rindas, no te canses de vivir, todo va a ir bien…mientras haya quien denuncie en las aceras, la injusticia, las promesas sin cumplir...”
Gracias a cada uno de ustedes, por acompañarme con la lectura de estos cortos relatos mes a mes, gracias por sus oraciones y su cariño. Quedo en manos de Dios quien me irá mostrando que nuevos caminos deberé seguir peregrinando, que nuevos puentes deberé cruzar y ayudar a construir. Un gran abrazo
Lore

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