24 de octubre de 2016

Cevequianas en el Wallmapu: “El Corazón en la Frontera”

Carla Mora (a la derecha) narra su experiencia junto a Natalia Carrasco (a la izquierda). Ambas de 23 y 24 años, enfermeras de la Universidad de Concepción y miembros de la CVX Jóvenes de Concepción (Chile). Hace 8 Meses son parte del Voluntariado de la Red Juvenil Ignaciana en Tirúa.


Nuestra misión… Tirúa
Hace un par de meses vivimos… aquí: Tirúa, provincia de Arauco, Región del Biobío. Vivimos en lo que los grandes medios de comunicación han denominado la “Zona Roja del Conflicto Mapuche”. Éste es el gran titular que vende todos los días y entrega rating a la crónica roja.
Muchos de nuestros amigos y familiares pensaban así. Creían que estábamos viviendo en un lugar peligroso, rodeados de gente violenta, en un Estado de Sitio. Pero es el tiempo quién se ha encargado de desmentir todo esto.
Hemos conocido madres, padres, abuelos y niños, que hacen esfuerzos cada día por mantener sus tradiciones ancestrales. Nos hemos encontrado con gente trabajadora y luchadora que solo pide lo esencial en la vida de cualquier persona que habita en un país libre y democrático: el derecho de vivir tranquilos y en paz.
Todo aquello que se muestra, es tan diferente de lo que aquí se vive.  En este tiempo en Tirúa, hemos confrontado nuestra ignorancia y superado nuestros prejuicios. Y solo puede ser desde éste aprendizaje, desde donde podemos escribir.

Una propuesta de vida: “Küme Mongen”[1].
Para el Pueblo Mapuche, la “comunidad” no es solo un nombre, sino que se compone por personas y familias: niños, adultos y ancianos.  En la lengua originaria mapuche – el mapudungun –  no hay concepto para la palabra “violencia”. Esta palabra fue aprendida por la fuerza del winka (no mapuche) que en su afán de poder y riqueza avasalló con la tranquilidad y cultura de un pueblo lleno de significados.  Es desde esta realidad, desde donde hoy se lucha por salvaguardar la cultura, y recuperar lo perdido en los siglos.

En estos meses trabajando y conociendo al Pueblo Mapuche, nos hemos maravillado con una propuesta de vida muy diferente a la nuestra. Cada uno de los niños, mujeres, ancianos, familias y comunidades que nos han abierto las puertas de su vida, su cultura y costumbres, nos han enseñado el valor del nosotros…  “nosotros comunidad”.

Esta es una forma de vida muy distinta a la nuestra, que no solo incorpora al ser humano, sino que lo une con la naturaleza y las fuerzas espirituales que lo acompañan siempre. Así, cada vez que salimos de una casa después de compartir la mesa, se transforma en un llamado a la confianza que no tiene límite de tiempo, que permanece intocable y se queda en cada uno de nosotros; se trata de una relación de dar y recibir.  

Una ceremonia que refleja todo esto esel we tripantu (año nuevo mapuche) que trae consigo la renovación de las energías.  Se trata de comenzar un nuevo ciclo, en el que se fortalece la tierra con la que el ser humano podrá vivir hasta un próximo ciclo. Es un tiempo en que se renueva la confianza que el hombre pone en la tierra y que la tierra le entrega de vuelta.  Esta confianza se construye desde el cariño, el dialogo, y el respeto de los equilibrios que permiten al humano sobrevivir y a la tierra seguir siendo fértil y generosa.

Curiosamente, esa analogía nos sirve para llevarlo a la demanda de reconocimiento del Pueblo Mapuche. La clave de confianza radica en poder establecer diálogos  fecundos en respeto y colaboración. Un dialogo basado en la jerarquía y la negación del otro, es un camino condenado el fracaso. Hay un modelo económico imperante que marca el individualismo y la competencia, que nos hace alejarnos del trabajo comunitario y que promueve la desconfianza entre unos y otros. Claramente ese no es un camino con el que podamos llegar a soluciones, de ahí la importancia de tener la disposición a hacer los cambios que nos lleven a nuevos caminos.

Construir desde la Confianza
A la hora de buscar una solución; confiar es también hacernos responsables en cada uno de nuestros actos, es hacernos cargo unos de otros. Es también aprender a ver, escuchar y sentir no solo por mí, sino que por la naturaleza, el agua, la tierra, por mi familia, por mi comunidad. Es entender que aquí no gana uno mejor que otro, que el camino se hace andando y que ese camino en tan importante como la meta que queremos conseguir.

En el mundo Mapuche la relación y reciprocidad son esenciales. Así la solución no llegará a través de una formula elaborada por un grupo de expertos de ninguno de los lados sentados solos en una oficina, creyendo que protocolos, leyes antiterroristas u otros serán la salida. Solo la disposición a sentarnos a conversar y el reconocimiento -que se hace necesario y urgente- nos ayudan a alcanzar una solución. Lamentablemente si miramos el escenario actual en el que allanamientos se roban la pantalla de la televisión nacional, en que mujeres son disparadas por defender a sus familias, en el que una comunera mapuche es obligada a dar a luz engrillada, en el que se discrimina por llevar un apellido distinto y el que se criminaliza una demanda histórica… pareciera que no estamos ni cerca de la meta. Nos cuesta encontrar hechos y palabras que construyan una confianza para tal diálogo.

¿Cómo podremos cerrar este ciclo de intolerancia?
Este largo ciclo de negación solo puede terminar con una respuesta de calidad democrática y humana que permita el reconocimiento. Somos nosotros entonces (las y los chilenos), y el Estado de Chile (la institucionalidad) quienes debemos dar un salto de confianza en la Reivindicación Mapuche. Solo así podremos construir nuevos caminos que nos lleven a la justicia y la paz.




[1]Buen Vivir” En lengua Mapuche.

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